Luis y Sara eran dos jóvenes colombianos de 25 años, muy tatuados, que vivían juntos en Medellín, pero no eran pareja. Eran solteros y libertinos, y ansiaban explorar su sexualidad sin ataduras.
Luis tenía el torso casi completamente cubierto de tattoo tribales, y Sara lucía lunas, estrellas y ángeles en su piel morena.
Un día, Sara llegó a casa nerviosa y le dijo a Luis que tenía una idea. Le propuso invitar a Ana, una amiga suya recién separada y muy deseable, para pasar el fin de semana y ver cómo fluía la situación. A Luis le encantó la idea.
Ana llegó el viernes por la noche y se mostró encantadora con ambos. Pronto las copas de salsa y ron fluyeron y la tensión sexual se palpó. Luis y Ana se encontraban cada vez más coqueteando, mientras Sara miraba complacida.
Luis llevó a Ana al dormitorio y la besó apasionadamente, explorando su cuerpo tatuado. Mientras Sara los observaba excitada desde la puerta. Ana le bajó la cremallera de los pantalones a Luis y le tomó el miembro en la boca, comenzando a chupárselo con avidez.
Sara entró en la habitación y se unió a ellos en la cama, ayudando a Ana a continuar la felación. Luis gemía de placer, mientras sus manos acariciaban los tatuajes de ambas. Las mujeres se miraron sonriendo, con las bocas llenas de semen.
Entonces Ana se puso sobre Luis para ser penetrada, mientras Sara les masturbaba a ambos. Luis penetró a Ana con fuerza, marcando un ritmo frenético. Pronto alcanzaron un orgasmo potente, con sus pieles tatuadas pegadas.
Esa noche exploraron todas las posiciones y combinaciones posibles bajo el sol de Colombia. Sus cuerpos estaban agotados pero felices, cubiertos de sudor y semen.
Cuando Ana se marchó al día siguiente, Luis y Sara se rieron satisfechos. Habían descubierto un nuevo territorio en su sexualidad y ansiaban más aventuras como aquélla. Vivían su propia versión del “ménage à trois” con regularidad, sin ataduras ni compromisos, admirando sus tatuajes entrelazados.
